Texto y fotos: Francisco J. Vázquez | Publicado: 25 de abril de 2024.
A algo más de 5 kilómetros del municipio conquense de Saelices se encuentran los restos arqueológicos de una de las ciudades romanas mejor conservadas de la península. Se trata de Segóbriga, una población que se erige sobre el llamado cerro de Cabeza de Griego en lo que fuera la Celtiberia más meridional.
Declarada Monumento Nacional el 3 de junio de 1931 las ruinas de Segóbriga destacan porque fue un importante núcleo de comunicaciones entre la Bética y la Lusitania con el valle del Ebro y, al mismo tiempo, el centro de la meseta con los puertos valencianos o la mismísima Carthago Nova. Pero lo que hizo que este enclave fuese de vital importancia para Roma no fue sólo su estratégica ubicación, sino las explotaciones de lo que los romanos creyeron que era un mineral y hoy se clasifica como yeso: el lapis specularis.
La importancia de este elemento estriba en que es un tipo de yeso traslúcido que fue utilizado por el pueblo romano como los precursores de los cristales para cerrar ventanas y ventanales en edificios (normalmente) importantes o de estatus elevado. Capaz de ser cortado en betas de distinto tamaño y grosor las minas de este singular yeso coparon la economía de la ciudad desde principios del s. I a finales del s. II d. C. cuando se descubrió el soplado del vidrio, lo que daría lugar a un declive progresivo por sustitución que prácticamente la dejó olvidada en la segunda mitad del s. IV.
Sin embargo el lapis specularis, también llamado espejuelo o espejo de lobo, encontró por aquellas tierras otras utilidades una vez dejó de ser económicamente rentable. Se da la circunstancia que entre las características de este yeso no sólo está el permitir el paso de luz, sino también el reflejarla en función del ángulo en el que ésta incida en su superficie. Se entiende por tanto que el nombre de espejuelo provenga de esa capacidad, la de actuar como un espejo sin serlo. Pero ¿de dónde proviene la referencia espejo de lobo?
La respuesta es verdaderamente interesante ya que fue el material que durante siglos se utilizó por pastores y ganaderos de la zona para avisarse entre sí si, a lo largo de sus largas y solitarias estancias en los campos, aparecían las mandas de lobos que también poblaron la zona.
Hay que señalar que durante siglos aquellos terrenos dieron pasto al ganado ovino y vacuno que allí había (bien de manera permanente, bien por traslado trashumante), por lo que todos llevaban al cinto una lasca que servía para advertir de un ataque cometido o de rastros que delatasen su presencia. Así, y con movimientos del yeso cara al sol de una manera continuada se podía prevenir un ataque o, incluso, ver las señales para acudir en ayuda de alguien.
De esta forma los espejos de lobos se convirtieron en un elemento imprescindible para quienes velaban por las vidas de ovejas, cabras y vacas en aquellos campos. Y aunque hoy son simplemente una referencia histórica ante los avances tecnológicos y la casi nula peligrosidad por la ausencia de manadas en esas tierras no debemos olvidar el valor patrimonial inmaterial que tales "piedras" ejercieron en la vida de tantos ganaderos y pastores que por allí pasaron.
Fuentes utilizadas y enlaces de interés:
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